APicasso se le apagaron los ojos. Un pellizquito azul se llevó la bocanada de humo que su tío Salvador le nació a la vida. La primavera no llevaba espuma de mar en el aire, era un verde Stravinsky el que se asomó desde La Sainte-Victoire, 80 veces montaña en la paleta de la mirada de Cezanne, al lecho de su castillo de Notre Dame de Vie, en Mouguins. Nadie sabe si la noche antes sonó el cencerro que guardaba bajo su cama para espantar los fantasmas. Tenía una mañana de 91 años.